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Aguascalientes, Ags.- En política, las reformas reales son necesariamente complejas, atraviesan por escenarios muy críticos y suceden bajo una intensa presión mediática. Pero esas mismas características son las que, en cierto modo, definen su éxito y profundidad. Como suele decirse: no pain, no gain; no hay ganancia sin sufrimiento.
Véase por ejemplo la reciente huelga de maestros en Chicago, la primera en 25 años en el tercer mayor sistema escolar de los Estados Unidos.
Al menos desde 1995, la ciudad de Chicago, de la cual dependen las escuelas, ha intentado mejorar la educación pública que se imparte mediante reformas dirigidas a cerrar las malas escuelas, ampliar las modalidades de escuelas públicas manejadas por particulares, más evaluación estandarizada de los alumnos para calificar a los maestros, salarios por resultados o ampliación del horario escolar. Exactamente lo que el sindicato de profesores de esa ciudad, uno de los más fuertes en el país, no quiere que se profundice y por ello ha ido a una huelga que finalmente se levantó la semana pasada, con relativas ganancias para ambas partes.
Las huelgas de maestros suelen tener, en circunstancias normales, un cierto nivel de simpatía, especialmente porque en el caso de la educación básica en México, son para las familias de escasos recursos la única opción escolar y porque, dato no menor, son un sucedáneo de sus propios hogares, lo que crea un vínculo de dependencia con los maestros.
Lo que se dice menos, sin embargo, y en la mala comunicación radica uno de los principales errores cuando se impulsan reformas conflictivas, es que éstas no nacen en el vacío sino en una situación destructiva del interés público. En el caso de Chicago, por ejemplo, gracias a una mezcla de chantajes sindicales y complacencia política, sus maestros son los mejor pagados del país, con aumentos entre 19% y 46% en los cinco años anteriores. El promedio salarial de un docente de escuela pública en esa ciudad está entre 71 mil y 76 mil dólares anuales, más prestaciones y pensiones, una remuneración mayor que en Nueva York y Los Ángeles, y mucho mayor que en Dallas o Miami, donde es de alrededor de 53 mil dólares.
Pese a ello, los resultados son deplorables. Mientras 99.7% de los profesores obtiene grados satisfactorios en las evaluaciones, sólo 60% de sus estudiantes terminan, sólo 20% de los que cursan el octavo grado son competentes en lectura y menos del 8% de los de 11º grado están preparados para ir a la universidad de acuerdo con las pruebas estatales que se les aplican. Bajo cualquier indicador, esto es reprobable.
Desde luego que mejorar la educación es requisito indispensable para el crecimiento económico, para alcanzar una menor desigualdad de ingresos y sobre todo, cosa que el cinismo político olvida con frecuencia, es un imperativo moral. Pero admitirlo no basta si la admisión no va acompañada de reformas de fondo que, ciertamente, duelen pero producen ganancias.
