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Las ciudades del futuro, ¿civitas dei o civitas diaboli?
Jorge Uribe Ugalde
jsuribe@prodigy.net.mx
2012-10-15

Aguascalientes, Ags.- En conocido hotel del norte de la ciudad, se llevó a cabo en días pasados una interesante reunión a nivel nacional. El tema fue el de las perspectivas de cómo serán las ciudades del futuro. Por lo poco que he leído sobre los temas tratados, los lineamientos fueron de orden urbanístico fundamentalmente y sin duda deben haber sido muy interesantes y me hubiera gustado poder asistir a las presentaciones y ponencias. Espero tener  la oportunidad de acceder a un ejemplar de las conclusiones y así poder hacerme de una idea de hacia dónde va el crecimiento de México.

Como ya he dicho, no asistí al congreso y por ello no puedo mas que suponer la orientación del mismo, por lo que dado lo interesante del tema me vienen a la mente algunos aspectos que me hubiera gustado que se trataran. Analizando el concepto de ciudades del futuro, pienso que una óptima ciudad del futuro debe ser una afortunada integración entre economía, política y sociedad, de manera de que viviendo con justicia y paz, las personas busquen la plenitud en la vida diaria. Esta manera de pensar algunos lectores pudieran interpretarlo como copiada de Agustín de Hipona, que en su obra “La Ciudad de Dios” imagina una ciudad virtuosa en la que sus habitantes dedican su vida a seguir los preceptos  religiosos y a llevar una vida en concordancia, con el objeto de alcanzar el bien máximo. Mis aspiraciones no son tan altas y quiero referirme a cuestiones terrenales de la vida en sociedad.

La responsabilidad de cualquier gobernante es propiciar las condiciones para que exista  justicia, seguridad y las condiciones necesarias para que sus gobernados vivan bien y con una sana convivencia. Algún lector muy bien podría pensar que esto se da únicamente en un mundo de ángeles y por lo tanto ideal, lo cual es cierto y  es la ciudad planteada por Agustín de Hipona; pero a nivel terrenal los gobernantes muchas cosas podrían hacer para al menos suavizar la vida en un mundo como el que conocemos. En al menos tres áreas este esfuerzo se podría intentar, siendo estas las siguientes:

1) Gobierno con una clara tendencia a lograr el bien del pueblo.
A la fecha, hemos estado viendo que lo primero que buscan quienes componen la élite del gobierno es el poder a toda costa, olvidando- si son autoridades de elección popular- que son servidores públicos y que su puesto lo deben a la ciudadanía y no al partido que los postuló. Las componendas en las Cámaras de representación popular dan amplia muestra de esto. Un ejemplo lo acabamos de ver con la aprobación de reforma a la Ley del Trabajo. Por cierto, reforma sugerida por la OCDE, que rápidamente ha sido obedecida al igual que lo serán otras indicaciones de corte neoliberal.

2) Economía.
En esta área las tareas pendientes son las de propiciar la generación de riqueza e impulsar una mejor distribución de la misma, de acuerdo a criterios de justicia social. Es evidente que en nuestro país las condiciones de proteccionismo, entendamos monopolios,  han impedido una economía más sana que pudiera haber favorecido a la población, con mejores bienes y precios y por supuesto con más calidad. Uno de los indicadores de fallas en un sistema económico es el que hace mención a la distribución de la riqueza, que en México está concentrada en un segmento de la población  reducido. Cualquier lector puede consultar en internet el llamado Índice Gini, para abundar más en este concepto. La inequidad en esta distribución es un atentado contra la justicia social y propiciadora de desequilibrio de la paz colectiva.

3) Educación.
Es uno de los factores de diferenciación social y motor por excelencia del desarrollo de las personas y de la sociedad. Las pruebas PISA de la OCDE han venido a demostrar la baja calidad de la educación que se imparte en el país y que sin duda está condenándolo a continuar en el tercer mundo por muchos años más. La formación de pequeñas élites con un alto nivel de educación conduce inevitablemente a la concentración de oportunidades y a la respectiva riqueza, generando desigualdades y sembrando semillas de rencor. Comienzo a sospechar que el bajo nivel educativo pudiera ser de alguna manera incentivado; es bien sabido que un pueblo educado es más difícil de gobernar. A lo que pensando muy mal, pudiéramos añadir el continuo ataque contra el análisis crítico por parte de los medios masivos de comunicación, para impedir que la ciudadanía piense. 

Si a estos tres elementos le añadimos la inseguridad y violencia que se padece, podría creerse que realmente vivimos en lo que algunos pensadores han denominado  la “Civitas Diaboli” o sea la antítesis de la “Civitas Dei”.

En la reunión antes mencionada, lo más seguro es que nadie de los asistentes se haya detenido a hacer consideraciones del orden de la justicia y moralidad social  de la sociedad en la que vivimos; por lo que le toca a la sociedad civil presionar para que  las autoridades tomen conciencia y actúen en consecuencia.


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