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DESDElared, ni de sus editores.

 
Otto Granados RoldánOtto Granados Roldán:
- Licenciatura en Derecho, por la Universidad Nacional Autónoma de México
- Maestría en Ciencia Política, por el Colegio de México

Actualmente
- Profesor-investigador de tiempo completo en el Tecnológico de Monterrey
- Co-dirige programas académicos de capacitación para funcionarios públicos en el Centro de Estudios sobre México de la Unión Europea y la Fundación Ortega y Gasset
- Director del Instituto de Administración Pública del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey  (ITESM), a nivel de todo el sistema.
- Imparte  conferencias y seminarios en México y en el extranjero, y realiza actividades editoriales y de consultoría.

Cargos ocupados
en el Sector Público

- Consejero del Fondo de Cultura Económica y de BANOBRAS
- Secretario Particular del Secretario de Educación Pública
-  Oficial Mayor de la Secretaría de Programación y Presupuesto
-  Director General de Comunicación Social de la Presidencia de la República
-  Gobernador del estado de Aguascalientes (1992 a 1998)
- Consejero de la Embajada de México en España
-  Embajador de México en Chile

 
 
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HETERODOXIAS
La política de los pactos

Otto Granados
og1956@gmail.com

2012-07-23

Aguascalientes, Ags.- México, como toda democracia joven, está apenas en la ruta de desarrollar, en un contexto abierto, una cultura acostumbrada a los acuerdos entre distintos actores y fuerzas políticas. Pero dialogar, resistir, conceder, negociar, pactar y cumplir es lo más natural en la vida política de cualquier país… razonablemente normal.

En ese sentido, esta elección presidencial repitió la tendencia de que como el partido del Presidente no obtuvo la mayoría legislativa, se verá obligado precisamente a eso, a negociar y pactar, a fin de hacer eficaces sus niveles de gobernabilidad y eventualmente poder ejecutar una agenda de reformas de gran calado. La pregunta pertinente, entonces, se desdobla en tres: ¿con quién negociar, qué negociar y cómo?

A estas alturas parece claro que, como ya ha sucedido en el pasado, sobre todo entre 1989 y 1993, el PRI y el PAN (a los que se sumará en una condición distinta el Partido Verde) tenderán a ser los interlocutores naturales, por lo menos en los próximos tres años. Salvo ajustes emanados del tribunal electoral, esas tres formaciones sumarán hasta 356 votos en la Cámara de Diputados y 100 en el Senado, con lo que es suficiente incluso para reformas constitucionales, que en lo federal requieren 334 y 86 votos, respectivamente.

Como por ahora se ve imposible negociar cualquier cosa con la izquierda y los votos de Nueva Alianza (10 diputados y una senadora) resultan excesivamente caros, pues prolongarían su control de áreas como el ISSSTE o inhibirían cualquier intento de reforma en la gestión educativa, la alternativa del PAN termina por ser la más funcional, en tanto los dos partidos principales partan de una mínima confianza y encuentren tanto un mecanismo equilibrado de compartir los costos de algunas de las reformas y obtener rentabilidad política de otras como de llevar adelante sus agendas.

Esta alternativa presenta dos opciones. Una es negociar caso por caso, poco aconsejable porque estaría sujeta a los vaivenes de la coyuntura, a las divisiones internas en el PAN, o simplemente a los cambios de humor.

La otra, independientemente de que México no tenga un régimen parlamentario, sería suscribir una especie de pacto de legislatura entre PRI, PAN y Verde, que contenga los ocho o diez aspectos muy concretos de la agenda pública (reformas, presupuestos, nombramientos de comisionados en organismos públicos de Estado, entre ellos) que a cada partido le importan y dure hasta las siguientes elecciones, en 2015.

Un pacto de esta naturaleza, que no supone una coalición formal ni es necesario para formar gobierno ni está condicionado a la discusión técnica sobre los problemas de la proporcionalidad electoral mexicana, daría mayor claridad, sentido de compromiso, certidumbre y estabilidad política; ofrecería la imagen de que los partidos van madurando; permitiría centrar la discusión pública en las cuestiones importantes y, con suerte, hasta produce reformas eficaces para el país.

En política, pactar es una buena palabra.

Esta columna aparecerá nuevamente el 1 de agosto.

 
Reproducido con la autorización de La Razón

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