Aguascalientes, Ags.- Salvo en circunstancias excepcionales, la política exterior no se discute en las campañas electorales. Pero, pasada la elección, es una variable crucial en especial para un país tan abierto como México, hoy obligado a poner en marcha una operación eficaz de restauración de imagen que apoye su plena reinserción, bajo condiciones más positivas, en el escenario internacional y, en particular, en América Latina y el Caribe (ALC).

En los últimos años las relaciones de México con América Latina y el Caribe han oscilado desde la percepción de un presunto alejamiento que inicia con la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte hasta una reciente historia de desencuentros con algunas naciones emblemáticas de la región. Sin embargo, parece un momento más que oportuno para relanzar una vinculación de nuevo cuño con una zona políticamente fascinante.

Destaca, para empezar, el resurgimiento de la región. Por un lado, si bien con heterogeneidad en los discursos políticos nacionales, en la mayor parte del hemisferio hay una razonable normalidad democrática y electoral y, más bien, estamos ahora en la búsqueda de eso que se llama “democracia de calidad” o “democracia sostenible”. Por otro, desde la crisis financiera internacional de 2008, ALC ha tenido en general un excelente desempeño en el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica y la adopción de políticas fiscales y monetarias prudentes.

Pero para aprovechar plenamente las oportunidades que siempre ofrecen una crisis y el consecuente reacomodo de la economía global, México debe moverse con rapidez y decisión hacia formas más imaginativas y concretas de integración con ALC.

En este sentido, el crecimiento en ALC muestra signos de vitalidad inéditos: el comercio total de México con ALC pasó de 4 mil 697 millones de dólares (mdd) en 1993 a 41 mil 669 en 2011, es decir, aumentó casi 10 veces. Y la inversión mexicana directa en el exterior se ha incrementado sistemáticamente; entre 2000 y 2005 fue de 3 mil 500 mdd, y de 2006 a 2011 más de 45 mil mdd, la mayor parte de los cuales fue hacia la región.

Centroamérica y el Caribe, por ejemplo, constituyen la más alta prioridad tanto por razones de seguridad nacional como porque es un espacio natural para desplegar una nueva generación de acciones de cooperación mexicana que vayan al encuentro de intereses comunes.

Lo mismo pasa con la naciente Alianza del Pacífico, un esfuerzo clave para avanzar hacia la creación de un área de libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas entre Chile, Colombia, México y Perú, países que en conjunto representan más de 200 millones de habitantes, el 35% del PIB de ALC y que exportaron, en 2010, 445 mil mdd, un 60% más que Mercosur. Hace tiempo Moisés Naím bromeaba diciendo que ALC no era competitiva “ni como amenaza”. Hoy, tal vez convenga empezar a tomarla en serio.