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Otto Granados RoldánOtto Granados Roldán:
- Licenciatura en Derecho, por la Universidad Nacional Autónoma de México
- Maestría en Ciencia Política, por el Colegio de México

Actualmente
- Profesor-investigador de tiempo completo en el Tecnológico de Monterrey
- Co-dirige programas académicos de capacitación para funcionarios públicos en el Centro de Estudios sobre México de la Unión Europea y la Fundación Ortega y Gasset
- Director del Instituto de Administración Pública del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey  (ITESM), a nivel de todo el sistema.
- Imparte  conferencias y seminarios en México y en el extranjero, y realiza actividades editoriales y de consultoría.

Cargos ocupados
en el Sector Público

- Consejero del Fondo de Cultura Económica y de BANOBRAS
- Secretario Particular del Secretario de Educación Pública
-  Oficial Mayor de la Secretaría de Programación y Presupuesto
-  Director General de Comunicación Social de la Presidencia de la República
-  Gobernador del estado de Aguascalientes (1992 a 1998)
- Consejero de la Embajada de México en España
-  Embajador de México en Chile

 
 
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HETERODOXIAS
¿Gobierno débil?
No necesariamente

Otto Granados
og1956@gmail.com

2012-07-05

Aguascalientes, Ags.- Cuando alguien ha hecho política real sabe que no hay gobiernos fuertes o débiles. Hay gobernantes efectivos o no, y éstos dependen, muy frecuentemente, de la capacidad para hacer una interpretación correcta de la coyuntura en la que les toca diseñar, construir y ejecutar decisiones.

Las elecciones del domingo pasado han dejado el mensaje de que el votante quiere, para bien o para mal, una presidencia equilibrada por el contrapeso de un Congreso donde el PRI no tiene la mayoría absoluta. ¿Es esto suficiente como para predecir que el de Peña será un gobierno débil? No necesariamente. Antes bien, esa circunstancia puede convertirse en un poderoso incentivo para plantearse cómo hacer una presidencia efectiva. Pongamos las cosas en una perspectiva distinta.

El nuevo presidente va a tener que moverse con una agenda que sepa exactamente lo que quiere en su primer año de gestión. Esto supone definir el contenido específico de las reformas de gran calado, quizá una o dos, que le permitan alcanzar acuerdos con las otras dos fuerzas políticas y todos, en mayor o menor proporción, encuentren en ellas rentabilidad.

En Chile, por ejemplo, los presidentes de la Concertación sacaron adelante reformas trascendentales —fiscales y educativas, entre otras— a pesar de operar con una estructura de votación legislativa endiabladamente compleja heredada del régimen militar. Fernando Henrique Cardoso, en Brasil, empezó su primer mandato en minoría —con sólo 240 de 594 escaños— y sin embargo consiguió reformas estructurales clave —laboral, privatizaciones— y la de la propia Constitución que facilitaron su reelección.

La segunda variable tiene que ver con el involucramiento personalísimo, paciente y organizado, de Peña a la hora de negociar con el Congreso. Como lo muestran varias presidencias norteamericanas (Woodrow Wilson o Reagan), es posible desarrollar diversas estrategias que, en conjunto, lleven el terreno de juego al Congreso y éste se vea obligado a pactar las reformas. Salinas hizo lo propio y, con y sin mayoría, hablaba todo el tiempo con los legisladores, que le aprobaron reformas históricas. Y, a la inversa, la incompetencia técnica y política de Vicente Fox (¿recuérdese aquello de “el presidente propone y el Congreso dispone”?) acabó por paralizar y, al final, aniquilar su presidencia.

Así como el electorado ha optado por un gobierno dividido, también es claro que quiere funcionalidad y eficacia en las relaciones entre el Presidente y el Legislativo. Por tanto, la política de comunicación —no en favor de la imagen del Ejecutivo sino en favor de las reformas— se volverá estratégica para crear una atmósfera de opinión que movilice los factores reales de poder y obligue a los diversos actores a negociar y acordar.

Gobernar es hacer política pura y dura de manera sistemática y en estos tiempos, incluso en regímenes presidencialistas como el nuestro, el Congreso es su espacio natural. A fin de cuentas, diría Bismarck, al que le gusten las salchichas y las leyes, que no vea cómo se hacen.

 
Reproducido con la autorización de La Razón
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