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La opinión y comentarios manifestados son responsabilidad de quien los emite, y no reflejan necesariamente el pensamiento de
DESDElared, ni de sus editores.

 
Otto Granados RoldánOtto Granados Roldán:
- Licenciatura en Derecho, por la Universidad Nacional Autónoma de México
- Maestría en Ciencia Política, por el Colegio de México

Actualmente
- Profesor-investigador de tiempo completo en el Tecnológico de Monterrey
- Co-dirige programas académicos de capacitación para funcionarios públicos en el Centro de Estudios sobre México de la Unión Europea y la Fundación Ortega y Gasset
- Director del Instituto de Administración Pública del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey  (ITESM), a nivel de todo el sistema.
- Imparte  conferencias y seminarios en México y en el extranjero, y realiza actividades editoriales y de consultoría.

Cargos ocupados
en el Sector Público

- Consejero del Fondo de Cultura Económica y de BANOBRAS
- Secretario Particular del Secretario de Educación Pública
-  Oficial Mayor de la Secretaría de Programación y Presupuesto
-  Director General de Comunicación Social de la Presidencia de la República
-  Gobernador del estado de Aguascalientes (1992 a 1998)
- Consejero de la Embajada de México en España
-  Embajador de México en Chile

 
 
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HETERODOXIAS
Los valores y los ejemplos

Otto Granados
og1956@gmail.com

2012-07-16

Aguascalientes, Ags.- Aunque supongo que esta columna le interesará a mi amigo y compañero de diario Jorge Traslosheros, con quien sostengo una frecuente comunicación digital, pido disculpas a los lectores por ocuparme esta vez de temas muy alejados de la política callejera de estos días.

Sucede que hace días acudí a unos funerales y el oficiante inició sus palabras afirmando que hay hombres que son por lo que valen y otros —“ministros, embajadores, catedráticos, políticos”— que valen por lo que son destinados, a su muerte, a ser “una tumba más”. La pieza me dejó pensando si éste es el tipo de mensaje justo en una época en que todos desconfían de todo.

Un planteamiento así parte de un equívoco conceptual, filosófico y práctico: los que ocupan una cierta dignidad —en la empresa, la vida pública, la jerarquía eclesiástica, incluso— son por definición, según ese argumento, personas privadas de las prendas éticas, cívicas o morales necesarias para ser consideradas en el lado de los “buenos”. No hay tal.

Una dignidad, cargo o posición como ésos no condena a nadie a carecer de virtudes —generosidad, honestidad, integridad, misericordia, etc.— que suelen atribuirse, a veces erradamente, sólo a la gente común. Se puede ser político o empresario poderoso y ser, al mismo tiempo, respetable, honorable y decente. No hay un determinismo: esas cualidades no están necesariamente reñidas con detentar un cargo de cualquier naturaleza. Puede ser, locos o corruptos los hay donde quiera, pero no es un resultado automático.

Pero la afirmación contiene otro equívoco. Desde la antigüedad la finalidad del pensamiento trascendente es ayudar a los seres humanos a llevar una vida buena y coherente, conforme a ciertos valores éticos y morales. Por tanto, cuando se disocian ser, hacer y tener —es decir, quienes son o tienen no pueden poseer características propias del hombre bueno— entonces pierde sentido exigir que quienes ocupan dignidades, como los gobernantes, hagan de su actividad algo positivamente trascendente.

De seguir esa lógica, las aspiraciones de los jóvenes por hacer algo importante en la vida, como ocupar un cargo público y ganar respetabilidad, quedarían nulificadas, pues ese camino no conduce a un modelo digno de vida. Me parece que es exactamente al revés: hay que infundir en las nuevas generaciones la seguridad y la obligación de que pueden ser honestos y virtuosos y, también, prestigiados y prósperos. No hay contradicción inevitable.

Lo que el país y el mundo requieren hoy, en la política, la empresa, la sociedad, el liderazgo espiritual, la economía o el periodismo, es gente que reúna tanto valores éticos y morales como capacidades profesionales. Pero si no se premia el éxito o la dignidad porque éstos, por fuerza, son malos, entonces se desalienta la búsqueda de lo correcto y se estimula la mediocridad, el fracaso o la trampa pues éstos, intrínsecamente, son buenos.

Esto es lo urgente: formar personas capaces, eficaces y exitosas y que, al mismo tiempo, sean virtuosas y reconocidas.

 
Reproducido con la autorización de La Razón

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