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La madeja de la reforma fiscal

2013-07-29

Aguascalientes, Ags.- La discusión acerca de una reforma fiscal es vieja. Los argumentos en su favor también. La renuencia a cumplir es cultural. La inconformidad con el destino que se le da a los recursos recaudados es generalizada. Y la insatisfacción de quienes sí los pagan porque reciben poco o nada a cambio es fundada. ¿Por dónde desenredar la madeja?

Partamos de que ninguna reforma fiscal es un fin en sí mismo sino un medio para elevar la capacidad de inversión pública y ésta sólo será exitosa si promueve el crecimiento de la economía a tasas importantes.

En 2001, el Banco Mundial preparó para México ( Una Agenda Integral de Desarrollo para La Nueva Era ) un reporte en el que recomendaba que México reformara “integralmente su sistema tributario” a partir de cinco criterios (efecto recaudatorio, eficiencia económica, equidad social, simplicidad administrativa y factibilidad política) e incluyera modificaciones en IVA, ISR, exenciones y regímenes especiales para lograr, en conjunto, un efecto inmediato de 3% de ingresos públicos adicionales como proporción del PIB y, cuatro o cinco años más tarde, de entre 5 y 6%. La cuestión entonces es demostrarle al público que estos dineros adicionales apoyarán efectivamente el crecimiento y, por ende, el empleo y el ingreso personal. Y esto no siempre ha sucedido así.

Por ejemplo, hace tiempo un grupo de economistas mexicanos conocido como el Consenso de Huatusco encontró que en las últimas décadas el coeficiente de inversión ha permanecido relativamente constante pero su contribución al crecimiento ha disminuido notablemente.

Entre 1960 y 1979 la inversión fue cercana al 20% del PIB y el crecimiento promedio fue del 6.5%. Y entre 1980 y 2002 la inversión se mantuvo en niveles semejantes pero el crecimiento promedio fue menor al 3%. Más aún: el porcentaje actual de inversión, con datos hasta 2007, es de 21.4% del PIB y el crecimiento de los últimos diez años ha estado alrededor de un mediocre 2% anual. ¿Qué pasó?

Que buena parte de ese financiamiento fue a parar a gasto corriente inútil o a proyectos ineficientes que no contribuyeron a la productividad ni al crecimiento de la economía. Por tanto, una buena reforma fiscal no depende sólo de recaudar más sino de invertir mucho mejor.

Esta es la gran paradoja a la que se enfrenta cualquier iniciativa: para que sea un éxito político basta que sea aprobada. Para que sea un éxito económico y social necesita en paralelo una profunda reingeniería en el gasto público que meta en orden a quienes lo ejercen, haga productiva la inversión pública, estimule el crecimiento del país, y, al final del día, garantice a todos los contribuyentes que recibirán algo tangible y concreto por los impuestos que paguen.

No hay reformas fiscales indoloras. Pero una estrategia de comunicación magistral, veraz y honesta puede amortiguar sus costos.

 
Reproducido con autorización de La Razón
 

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