2012-04-25
Aguascalientes, Ags.- Por todos lados se oye una paradoja: durante la alternancia los gobernadores, en especial los priistas, han estado felices de los grados de autonomía y de libertad de que han gozado, pero ahora, que su partido puede volver, temen que el ejecutivo federal los meta en orden. Y, quizá, con toda razón, porque mientras la normalidad democrática se vino asentando en los procesos electorales, las prácticas políticas, en cambio, regresaron a los hábitos del siglo pasado. Veamos.
La primera característica fue el debilitamiento de la institución presidencial. El desembarco del PAN en la Presidencia inició una era en la que una combinación de ánimo federalista, de ingenuidad o de ineficacia, profundizaron de tal suerte la fragmentación del poder en el sistema político que el presidente en turno acabó por convertirse ya no en un mandatario efectivamente nacional sino en una especie de jefe de Gobierno con autoridad real sólo en una parte del gobierno Federal, generando por tanto un cierto vacío que, naturalmente, fue llenado rápidamente.
Por tanto, esa fragmentación benefició directamente a gobernadores y alcaldes, que ante la evaporación del peso presidencial, en particular con Fox, convirtieron sus territorios en una colección de pequeños principados donde ellos mandan casi de cabo a rabo, excepto en sus urgencias de apoyo en materia de seguridad pública.
Administran la educación y la salud públicas; deciden sobre buena parte de las regulaciones que afectan la vida económica; pactan alianzas con las élites del poder nacional sin intermediario federal alguno; manejan sus policías; ordenan casi íntegramente el desarrollo urbano y tripulan las principales fibras del tejido político local, entre otras cosas.
Este paisaje, a su vez, se ha convertido en un factor de corrosión no de la democracia formal sino de su calidad y efectividad, como lo muestran diversas encuestas e índices. ¿Por qué? Las explicaciones son múltiples y quizá la más inmediata es que durante la alternancia la generación de expectativas fue tan elevada y los resultados tan precarios, que la sociedad atribuyó a la democracia el logro de metas que ésta no provee porque ellas dependen de otros factores: regulaciones e instituciones eficaces, políticas públicas creativas, reformas de segunda generación o circunstancias internacionales favorables.
Este fenómeno ha tenido por supuesto su contraparte en los grados de vigor ciudadano, de suerte que nos pone en el imperativo de preguntar si lo que está hoy en construcción en México es una democracia de electores, una democracia de ciudadanos o una democracia sin ciudadanos que inhibe la cohesión comunitaria y la formación de capital social, que estimula el debilitamiento institucional y que fomenta no una democracia consolidada, es decir con patrones representativos y de institucionalización desarrollados, -sino otra de tipo delegativo, de baja institucionalidad y escasa eficacia.
En ese contexto, ¿es un avance o un retroceso el poder de los gobernadores? Por lo pronto es un desafío central en el tipo de presidencia que quiera construir quien gane las elecciones de julio.