Lo que se juega en la Reforma Educativa

  • Otto Granados Roldán
2017-02-08

Más allá de los lamentables episodios de violencia y alteraciones graves de la paz pública ocurridos por años en algunos estados mexicanos, la cuestión educativa debe ser examinada y entendida desde una perspectiva integral por las consecuencias estructurales y de largo plazo que puede producir para todo el país.

Pongamos las cosas en un contexto claro. Si bien las opiniones políticamente correctas insisten en buscar por el lado histórico y cultural las justificaciones a los problemas de instrumentación de la reforma educativa, suele dejarse de lado que éstos son la herencia de arreglos políticos larvados por décadas, de los enormes grados de improductividad e ineficiencia en el  manejo de algunas economías locales y de la visión cortoplacista con que se ha abordado la mayoría de las políticas públicas a nivel estatal. Por ende, en la combinación perversa de estas variables radica en buena medida la explicación del rezago que ha asolado a varias entidades del sur-sureste y que, peor todavía, cíclicamente crea incentivos perversos para encontrar una solución seria, estable y de largo plazo.

Toda reforma educativa, hay que tenerlo presente, tiene siempre, en todos los países que las han emprendido, un nivel de conflictividad. Esta no es la excepción y no la es, entre otras razones, porque con los años se fue fincando una estructura de control corporativo de plazas, de políticas y de territorios que dañó gravemente lo más importante: la educación de los niños. Lo que pasó en algunas partes es que ciertas corrientes sindicales secuestraron las administraciones educativas estatales; nombraban funcionarios a placer y discreción; cerraban escuelas un día sí y el otro también; enviaban al cesto de la basura los planes y programas de estudio; vendían plazas (entre 100 y 300 mil pesos) a quienes querían ingresar a dar clases o se las daban o heredaban a amigos y parientes que no tenían capacidad alguna para ser docentes o amenazaban y extorsionaban a los buenos maestros.

Esa es, precisamente, una de las razones por las cuales se promovió  la reforma educativa: romper vicios, apoyar a los maestros genuinamente responsables y decentes, ofrecer una educación de calidad y darles a los niños una herramienta fundamental para que vivan mejor, en especial los más pobres y marginados. La reforma educativa fue establecida en la Constitución y en las leyes reglamentarias por todas las fuerzas políticas. Es, ciertamente, la reforma de mayor complejidad política, institucional y técnica en el universo de las políticas públicas instrumentadas en México. Su instrumentación, que necesariamente es gradual y genera desde luego resistencias del México bronco, dará sin duda resultados importantes y positivos si su instrumentación se sostiene con la tenacidad, energía y decisión necesarias.  

La reforma educativa abre todas las posibilidades de discutir su instrumentación, de mejorar sus procesos, de introducir innovaciones, de premiar a los buenos maestros, de corregir insuficiencias para ofrecer la educación de mayor educación posible a los niños de México. Todo eso es posible, menos traicionar uno de sus fundamentos esenciales: construir un sistema transparente basado en la dedicación, el mérito y el esfuerzo personal y no en la corrupción política e institucional que prevaleció largamente en el sistema escolar.

Por décadas se pospusieron las grandes reformas por argumentos de coyuntura. Fue un camino equivocado que le costó mucho a este país en términos de crecimiento, desarrollo, equidad y justicia. No debe cometerse el mismo error ni tener miedo a los conflictos. Son parte consustancial de la política. De la buena política por supuesto.

(c.)