El pasado dos de octubre se cumplieron ochenta y ocho años de aquella mañana en que San Josemaría Escrivá viera con claridad la misión que Dios le encargaba: abrir un camino de santificación en medio del mundo.
En este año 2016, en el que conmemoramos el cuarto centenario de la muerte del más célebre escritor en lengua española, me ha parecido oportuno destacar –a manera de botón de muestra- la presencia de su más célebre obra en la predicación y los escritos de San Josemaría. ¿Por qué? Porque el conocimiento y admiración por los autores clásicos del Siglo de Oro español fue uno de los primeros rasgos que me llamaron la atención de la personalidad de San Josemaría, allá por los años setenta del pasado siglo.
Cuando contaba con poco más de dieciocho años, un compañero de la preparatoria me invitó a una charla para estudiantes sobre la vida cristiana en un centro del Opus Dei. Nunca había asistido a algo semejante en mi vida. A partir de entonces, comencé a leer el Evangelio y a hacer oración con Camino, libro que se encontraba en la biblioteca de mi casa y que, de cuando en vez, hojeaba con creciente interés. Poco tiempo después, en esa misma residencia, pude presenciar la filmación de un encuentro –tertulia, era el término empleado- de Josemaría Escrivá con un numeroso grupo de personas en la Península Ibérica. Todo aquello supuso para mí un gran descubrimiento. Las tertulias filmadas recogían toda la viveza de la predicación de S. Josemaría Escrivá, a quien se le notaba muy contento de estar entre la gente. Aquellas reuniones mantenían el tono coloquial y familiar que estuvo presente en estos encuentros desde los orígenes del Opus Dei, según me enteré más tarde.
Por aquellos años comenzaba yo a estudiar la carrera de Letras en la UNAM y era muy aficionado a los cásicos de la literatura. Esta circunstancia hizo que me llamara especialmente la atención la familiaridad con la que San Josemaría citaba las obras de Don Miguel de Cervantes. Una muy grata sorpresa fue escuchar a San Josemaría citar de memoria frases de El Quijote. La ocasión fue durante su catequesis en América, en 1974. En aquella tertulia, un muchacho le habla de las dificultades con que su mamá trataba de obstaculizar su perseverancia a la vocación al servicio de Dios, arguyendo que el muchacho debe antes “probar otras cosas, conocer más la vida, gustar el amor humano, para asegurarse y elegir”. El Padre –como familiarmente se le llamaba a San Josemaría- responde decidido, sin vacilar: “Se me vienen a la memoria unos versos de Cervantes: “es de vidrio la mujer, pero no se ha de probar si se puede o no quebrar, porque todo podría ser”. Como es sabido, estas palabras corresponden a la novela intercalada en el Quijote intitulada El curioso impertinente. Se trata de la historia de un personaje llamado Anselmo, quien desea probar la fidelidad de su esposa Camila, y solicita la ayuda de su amigo Lotario para que pruebe su fidelidad, cortejándola. Lotario le recuerda a su amigo Anselmo unos versos que aconsejaba el padre de una doncella a su amigo de confianza con el fin de que estuviese más atento en el cuidado de su hija:
Es de vidrio la mujer,
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse (I, 33).
En realidad, la afición de San Josemaría a la lectura de los clásicos españoles aparece muy temprano en su vida, desde su niñez: “A sus diez años, Josemaría tendría acceso a algunos libros de las estanterías de la casa. Entre ellos, una antigua edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en seis tomos encuadernados. En el lomo de los volúmenes se leía: Don Quijote. La obra aún se conserva. Está ilustrada con grabados. Son las consabidas láminas de la arremetida contra los molinos de viento, los rebaños de ovejas lanceadas, el manteamiento de Sancho… En ese ejemplar comenzó a leer la literatura clásica, y le gustaba abrirlo en muchas ocasiones” (1).
(1) A. VÁZQUEZ DE PRADA, El fundador del Opus Dei, Madrid 1983, p 53 y s.
El autor es licenciado y maestro en Filología (UNAM, l970-75). Es doctor en Teología por la Universidad de Navarra, (1979-81). Ha trabajado como investigador en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM (l974-77) y docente en la Universidad Panamericana, campus México, de 1982 a 2008, y en Campus Aguascalientes de la misma, de 2008 a la fecha. Tiene publicaciones en el ámbito de la lingüística, la literatura y la teología.