Aguascalientes, Ags.- Desde hace décadas, la dinámica de la vida cotidiana en nuestro país se encuentra vinculada al tema de la corrupción, si por un momento nos detenemos a pensar en el asunto, con facilidad caeremos en la cuenta que no hay día de la semana en que los medios de comunicación no nos informen de escándalos relacionados con la corrupción de políticos y empresarios; actos de profunda infamia y maldad que lo mismo se refieren a asuntos de avaricia, sexo, violencia y drogas, pasando desde luego por las prácticas de abuso de autoridad e influyentismo, además de la ineficacia para el trabajo, los actos de autoridad y de impartición de justicia; este cotidiano y desolador panorama, sugiere la existencia entre nosotros de un monstruo polimórfico y omnipresente, cuya acción corrosiva desdibuja los logros y los pretendidos avances en diversos ámbitos de la vida nacional.
Desde hace 25 años, Transparencia Internacional —que es una organización de la sociedad civil y cuya presencia es mundial— al finalizar el primer mes del año da a conocer los resultados de su evaluación respecto a la percepción de corrupción. Los resultados deberían llenarnos de vergüenza, indignación y preocupación, en consistencia con los datos de 2014, también en el año 2015, México obtuvo una calificación reprobatoria de 35 puntos sobre 100; de manera que ya llevamos dos años estancados, sin avance, aun cuando se anunció de manera espectacular la reforma constitucional que creó el Sistema Nacional Anticorrupción. Como resulta evidente, a juzgar por los resultados de la reciente evaluación, los ciudadanos en general se mantienen firmes en creer que México y su aparato de gobierno no cambian, ni cambiarán, por más leyes y reformas.
Una mirada sobre los acontecimientos del pasado 2015, inmediatamente nos refiere a escándalos de corrupción protagonizados por exgobernadores de Guerrero, Aguascalientes, Nuevo León, Veracruz, Coahuila, Tabasco y Sonora, y sin distingo de partidos políticos, sus altos funcionarios son señalados por abusos en la administración de los recursos de los estados que supuestamente gobernaron. En otro rubro también sensible, con facilidad se ubica el asunto de la asignación de obras públicas, donde al parecer son inevitables los moches y la construcción de residencias como pago por el favor de conceder la obra a determinada empresa constructora, haciendo evidente no solo la corrupción al interior de los órganos de gobierno de cualquier partido, sino también la de las empresas privadas que se lían y hacen negocios con el gobierno, desde luego con el dinero de los ciudadanos, espectadores mudos ante el latrocinio constante.
La etimología del concepto de corrupción, nos remite a la acción de rumpere, es decir, de romper, hacer estallar, dejar inservible por la putrefacción o por la violencia de la acción; así, las acciones del corrupto ocurren siempre con la complicidad de otros, bajo la oscuridad y las sombras o apariencias de legalidad. El corrupto incrementan su poder en proporción a su haber y al daño social que causa a los ciudadanos y al bien común, porque sus acciones suponen la abierta transgresión a los valores éticos y morales y a las normas jurídicas que deberían estar presentes en toda acción de gobierno y autoridad.
Dentro de los rubros de la referida encuesta de Índice de Percepción de Corrupción se encuentra el soborno. Desde luego se trata de una práctica antigua y arraigada en las dinámicas del trato del ciudadano con la autoridad para conseguir beneficios indebidos. Así, sobornar se ha vuelto obligado para facilitar o acelerar el trámite, para hacer que se pueda lo que no se puede o para evitar una sanción, de manera que las exaltadas tendencias a tener, a poder y a aparentar por encima del deber moral, conducen a pensar que la corrupción es inevitable e incluso necesaria para mostrar el mezquino poder de quienes, al amparo de un cargo público, violan sistemáticamente la ley y los valores éticos y jurídicos que deberían inspirar su conducta. La cultura del soborno se ha extendido tanto, al grado de considerar que el corrupto es una persona lista y exitosa, que incluso presume y es admirada en su infame condición.
La gravedad moral de los resultados que ha obtenido México en el bienio 2014-2015, ubicándolo en el último lugar de los 34 países que conforman la OCDE, no debe pasar inadvertida, ni convertirse en materia para comentarios frívolos que evadan la reflexión serena y objetiva sobre la existencia de este cáncer social al que no debemos acostumbrarnos. Además del enorme daño moral y patrimonial que causa a los ciudadanos, la corrupción propicia el desarrollo de una cultura de desprecio y desesperanza frente al cumplimiento de la ley, el respeto a las autoridades y entre los propios ciudadanos. El éxito de una gestión de gobierno es inseparable del decidido combate a la corrupción.